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-LA NAVIDAD... QUÉ TRISTE LOS QUE COMERCIAN CON ILUSIONES-

El aire gélido dejaba indiferente a nuestro amigo que, inerte, seguía boca arriba mirando cómo las lucecitas provocaban sus instintos por romper alguna cosa. La rabia se apoderaba de su alma cada mañana al despertar y darse cuenta de que no había muerto. Recordaba por aquellas fechas, cuando era pequeño, que correteaba medio desnudo por la aldea, muerto de frío, rodeado por cuatro estufas que sus padres habían cargado de un contenedor de basura. A la lumbre del butano vio nacer a sus hermanas, y también morir a sus hermanos mientras calentaban el chute de caballo. Las ratas le mordían al caer rendido por el sueño...

El tiempo fue pasando y su adolescencia se consumó en un centro de menores donde había ingresado por trapichear con sustancias estupefacientes... le petaron el culo.

Al salir del centro, su primo le encontró un trabajo en Mercabarna, del cual huyó al cumplir los diecinueve por comerciar con productos que no eran suyos... La vida hasta los cuarenta le trató mal, rebuscaba entre la basura, tiraba de algún bolso y dormía en la calle...

Por Navidad le daba por llorar, miraba a los niños que cogidos de la mano de su mamá berreaban por tener un muñeco de plástico que costaba cien euros. Pasaba por las ferias con la mirada perdida, pidiendo explicaciones a cada niño Jesús que encontraba en las estanterías...

La fingida explosión de alegría desbordaba sus emociones, tenía la pierna cangrenada, una herida rezumante de pus que nunca aliviaría por ser la base del sustento diario, explotaba su enfermedad y pedía cuatro monedas en la entrada del metro, hasta que la policía le invitaba a buscarse otro sitio.

No es de extrañar que a día de hoy, mirando las lucecitas de Navidad que El Corte Inglés colgó hace una semana, nuestro buen amigo decidiera cortarse el cuello, mientras las lucecitas se apagaban él maldecía la PUTA NAVIDAD....


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