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-EL JARDÍN DE LA DESESPERANZA-

Que desespero, Margarita ayer se acostó con dos hombres, lo mismo que esta noche quizás. Que sola se sentirá cuando de mañanita el sol, cruzando la antesala del olvido, la despierte acariciando su piel morena, con una almohada vacía a su lado y un preservativo seco en el suelo.

Ya jamás regresó del recuerdo, de la vida de cuando era niñita allá en la aldea de sus papás. De día se esconde de las luces, de noche se pelea por ellas, por las de neón, las que iluminan su existencia sin respetar su suerte. Viste de seda barata, envuelve su cuerpo de mujer en fragancias artificiales que venden en frasquitos de cristal, ... acompañó su vida a una jeringuilla mil veces usada, con la punta deformada por el uso continuado... dejó que alguien le arrebatara su juventud, la inocencia por la que suspiran los degenerados tras una pantalla, masturbándose mientras suspiran por una niñita de 10 años.

Margarita debería ser feliz, pero aquella felicidad que nunca permitió acercársele le negó el saludo un día de esos en que no apetece salir de casa, triste, de horizonte indefinido, denso, espeso como el humo de la buena mota. La imaginación vence al deseo, después de hacer el amor preparaba una dosis, paciente, con los ojos enrojecidos de placer, quemaba con una cucharilla ennegrecida aquellos polvos mágicos que la transportaban al mundo de Alicia, allí navegaba sin rumbo a merced de los enigmáticos deseos que el caballo proporciona.

¿Cuántas veces deseó hablar con Dios para que la dejara allí para siempre? Pero como todos, tampoco Él la consideró, dejó que la flor se marchitara con el abandono del que se despreocupa, a conciencia.

Y así mi Margarita se marchitaba mientras los indeseables se aprovechaban de ella, adicta a la heroína, a la ingrata felicidad que nunca le brindó la mano. Pero ella es consciente, me lo dijo un día, que mañana dejaría este mundo para reunirse para siempre con Alicia, en el país de las mil maravillas de la imaginación. Ella reza para que llegue ese día... y yo también.

Entretanto seguiré mirando a Margarita, a los ojos, con ternura, la besaré y recordaré que una vez también aquello pudo sucederme a mi.


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